Terreno de estación

Descripción de la Obra

Hay que dejar que se forme en uno mismo
el negativo de su imagen,
las sombras y los claros cambiados,
los sentidos cambiados,
los abismos cambiados. 

Hay que dejar que aflore en uno mismo
la inversión de su imagen,
para poder verse de otro modo,
para mirar las cosas de otro modo.

Hay que dejar que surja en uno mismo
la forma libre de su imagen,
que acople sus imágenes virtuales,
junto con sus imágenes perdidas
y haga un ramo de todas sus imágenes. 

Las imágenes que tenemos no nos sirven.
Se desarman como una tela sin marco,
se desploma como espejo de polvo en la muerte. 

Hay que obtener el propio negativo
y en vez de revelarlo, socavarlo. 

La imagen que tenemos no es la nuestra.
Llevamos una imagen prestada.
Pero su negativo puede ser la entrada
hacia la imagen que sí nos corresponde:
el positivo de un pensar
que corrige al vacío.[1]

En el 2009 vivía en Bogotá (Colombia), varios años después de haber migrado de Barranquilla (lugar de nacimiento). Me enfrentaba a un vacío de soledad muy profundo y en medio de crisis de nostalgia por el territorio perdido, me surgían preguntas existenciales como: De qué se trata la vida? Somos la vida misma?. Mientras se reproducían todas estas preguntas en mi cabeza, proyectaba imágenes del mar de Barranquilla en las paredes dentro de mi pequeño espacio y le tomaba fotos. Esta fotografía nació de ahí, de la necesidad de obtener respuestas. Respuestas que nunca llegaron pero las preguntas quedaron flotando en mi.

Diez años después, migré a Annecy (Francia). Intenté deconstruir las imágenes con las que me había identificado hasta ese momento. Ser nadie en medio de un territorio completamente desconocido (por segunda vez) me enfrentó nuevamente a la soledad y a esas preguntas que se repetían como si estuviera regresando en el tiempo. Me vi desnuda, como todos los árboles que me acompañaban. Decidí bailar con ellos, y me grabé libre, sintiéndome parte de un todo, respirando presente en medio de una danza inagotable que sentí que nunca acabaría.

Este período me permitió saborear el misterio de los árboles con sus incontables colores de estaciones. Vivir las estaciones, las mías y las de los otros. Ser extranjera me dio la fuerza para entender que para evolucionar, hay que olvidarse de uno mismo, obligarse a estar lejos de su pellejo para poder avanzar hacia esas múltiples imágenes que somos y que seremos. La vida siempre me ha llevado a ser migrante. Tal vez para migrar de la idea que he construido de mi e ir al encuentro de esas otras imágenes que soy. Y estar presente para la vida que quiso que fuera vida dentro de ella. De este entendimiento sale el texto, la tercera pieza de esta obra. 

[1]Roberto Juarroz. Quinzième poésie verticale. Pág.47-48  

Obra compuesta por: 1 fotografía, 1 video y 1 texto
Lugar: Colombia: Bogotá / Francia: Annecy

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