17 trazos de lo que pudo ser un paisaje

Descripción de la Obra

“Todo a nuestro alrededor se compone de subjetividades y vivimos en un espacio en constante cambio. Tiempo y espacio confluyen en una misma dimensión: la del creador”[1].
Manuel Guerrero.

Qué pasa cuando en medio del paisaje observado se interpone un fragmento de un paisaje de otro país? Es posible mezclar estas dos realidades y apropiárselas como si fueran una? Y si los paisajes están sujetos al paisaje emocional de quien observa, cómo afecta esto a nuestra percepción de la realidad? Estas son algunas de las preguntas que me han acompañado en el desarrollo de esta obra que consiste en un diálogo entre dos territorios, vividos desde una experiencia muy íntima: la despedida de lo conocido (Colombia) y la llegada de lo desconocido (Francia).

En las últimas décadas, el aumento de la movilidad geográfica (ya sea de manera voluntaria o forzada) ha puesto en riesgo o en abono, el encuentro con nosotros mismos. La repetición de ciertos comportamientos dentro de un mismo territorio, como el seguir las reglas del imaginario colectivo y sus costumbres, es lo que nos permite la construcción de una identidad. Qué pasa entonces, cuando esta identidad se ve afectada por el cambio de territorio? Con el objetivo de re-descubrirme en medio de esta pérdida, me lancé a fusionar todos estos escenarios, físicos o imaginarios, que se presentaban delante de mí y a mezclar diferentes paisajes de Colombia y Francia (dentro de una misma imagen) para luego dibujar digitalmente sobre ellas.

Observé el paisaje nuevo durante horas, caminé en él, lo llevé a casa, intenté recordar los colores que mis ojos veían, le tomé fotos y destruí sus formas. A medida que experimentaba y pintaba sobre ellos, me daba cuenta que podía fragmentarlos, y que a pesar de romperlos seguían conservando un vestigio de su pasado dentro de la nueva apariencia. Pinté sobre ellos para que se mezclaran, para que este descontento que traía el no poderlos habitar al mismo tiempo se integrara, para que el deseo de poseerlos se apaciguara y se reposara tranquilo en la contemplación del presente, de cualquiera que fuera. Este proceso me ayudó a entender de dónde venía y en dónde me encontraba. También, me permitió apropiarme de esta multiplicidad de entornos (tanto vividos como proyectados) y así llevar con mayor dulzura lo desestabilizador que resulta el desarraigo.

Lo que vemos del paisaje no es solo lo que se presenta espontáneamente sino también, lo que interpretamos de eso que se presenta. Nunca, por más que nos esforcemos, podemos ver el paisaje en su totalidad. Siempre lo hacemos de manera fraccionada o incompleta y siempre el paisaje está sujeto a una interpretación: la interpretación del observador quien a su vez es observado. Paisaje y sujeto se transforman juntos en medio de la presencia del silencio. Así mismo, pensar el paisaje es pensarnos a nosotros, traernos a la forma más pura de movimiento; a su existencia independiente del deseo. Lo que nos ofrece la movilidad –entre muchas otras cosas– no es únicamente el hecho de que podamos ser retazos de paisajes, sino seres en constante transformación. Queda en nosotros la decisión de mirarlo y mirarnos dentro de esta particular experiencia que trae la contemplación del movimiento.

[1] Bachelard, G. “La poética del espacio”. Fondo de Cultura económica. París, 1957.

Obra compuesta por: 17 fotografías
Lugar: Colombia / Francia

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